ROMEO. Se ríe de las cicatrices quien nunca ha sentido una herida... (Julieta aparece arriba, en la ventana) pero, ¡calla! ¿Qué luz se abre paso por aquella ventana? Es el oriente, y Julieta es el sol. Levántate, bello sol, y mata a la envidiosa luna, que ya está enferma y pálida de dolor porque tú, su doncella, eres más hermosa que ella: no seas su doncella, puesto que es envidiosa; su ropaje de vestal no es sino pálido y verde, y no lo llevan más que los locos; arrójalo. Es mi dama; ¡ah, es mi amor! ¡Ah, si supiera lo que es! Habla, pero no dice nada; ¿qué es eso? Sus miradas hacen discursos: les responderé. Soy demasiado atrevido: no es a mí a quien habla: dos de las estrellas más bellas de todo el cielo, teniendo algo que hacer, ruegan a sus ojos que chispeen en su esfera hasta que ellas vuelvan ¿Y si sus ojos estuvieran allí, y las estrellas en su rostro? La claridad de sus mejillas avergonzaría a esas mismas estrellas como la luz del día a una lámpara: sus ojos, en el cielo, brillarían con tal claridad por la región etérea, que los pájaros cantarían creyendo que no era de noche. ¡Mira cómo apoya la mejilla en la mano! ¡Ah si yo fuera un guante en esa mano, para poder tocar su mejilla!
-Romeo y Julieta, acto segundo, escena segunda
Traducción de J.M. Valverde